Ahora sí ya te pasaste Correa!! Sabes una cosa? NO TE TENEMOS MIEDO. Tu arrogancia, intolerancia y el alto grado de resentimiento social, llegaron al límite.

Callar a quienes piensan diferente ordenando su detención o con juicios millonarios con el fin de que todos nos llenemos de miedo, es una táctica ruin y vergonzosa que lo único que logra es un profundo odio y rechazo.

La mayoría de ecuatorianos que acudimos a votar te dijimos NO porque NO queremos a un acomplejado, con sonrisa de paso zebra, que crea que puede tener el poder absoluto en el país.
  El Tridente, ¡NO MÁS POR FAVOR!  


Bucaram, Gutiérrez y Correa son las puntas del Tridente que ha destruido al Ecuador. Rafael Correa es la última punta.

Estamos aquí para impedir que el Tridente acabe con lo que queda de este país y para que NUNCA MAS se forme un nuevo Tridente.

Características de las puntas del Tridente:

• Populista y demagogo.
• Sin experiencia.
• Irresponsable y audaz: quiere aprender a gobernar GOBERNANDO.
• Se ve a si mismo como un Mesías.
• Promueve el odio entre ecuatorianos.
• Ataca y ofende a quienes tienen algún bienestar económico.
• Hace cualquier cosa por mantenerse en el poder.
• Dice querer cambiar el pasado y hace lo mismo de siempre, pero a su manera.
• Sus acciones producen inestabilidad además de problemas económicos, políticos y sociales.
• (...)

sábado, 23 de octubre de 2010

La Divina Comedia por Pedante Allidigiere

La capacidad histriónica del gobernante de Zumbahuaquistán es extraordinaria.

Un reclamo clasista que pudo controlarse a tiempo lo convirtió en golpe de Estado y armó un show macabro que, bien armadito, podría competir con Star Wars, Iron Man, El Siete Machos y el Diablo Cojuelo. O quizá hasta sea digno de recibir el premio Nobel de la Locademia de Policía.

A esto se suma la zafada de tornillo de uno que le patina el coco, que ordenó un remedo de cadena nacional, que no fue otra cosa que un desfile de besamanos de toda calaña que le juraban fidelidad al furibundo monarca.

Con esto confirmamos, una vez más, que la última estrofa del Himno Nacional del Ecuador fue escrita para estos casos:

“Y si eternas cadenas prepara, la estulticia de bárbara suerte, gran Pichincha etc.,” ... el resto yatusá.

Les cuento que se equivocaron en la armada de este artículo porque el título no era La Divina Comedia sino “Agripina con medias” y se refería a los contratiempos que sufrió Agripina Zuquillo, para correr, sin zapatos, a fin de librarse de gases y de la balacera de la Mariana de Jesús y la que cruza, el ya tristemente famoso 930.

Pero a la equivocación hay que sacarle provecho, porque “La Divina Comedia” bien puede significar el súper megashow que armó el “Divino Niño” el día 930 (o 30-S, para los puristas del idioma). Este melodrama lo utilizará, sin duda alguna, como carburante en la campaña que se nos viene por la muerte cruzada'

Por Luis Chauvin h.

EL RASTRO PERDIDO
En Justicia Infinita del Diario El Comercio viernes 08/10/2010

domingo, 3 de octubre de 2010

En su ley, por Francisco Febres Cordero

Fueron horas de angustia. De expectativa. Fueron horas en que, otra vez, el país estuvo sumido en el caos.

Y eso duele. Duele con dolor de patria. Duele con el dolor de la desesperanza.

Sin embargo, ese dolor no se presentó de súbito sino que vino anunciándose con signos inequívocos.

¡Basta!, gritaba la gente desde hace tiempo y desde el fondo de su conciencia. Basta de tanta prepotencia, basta de tanto autoritarismo, basta de tanta corrupción. Basta de tanto cinismo.

El Presidente de la República, sordo, nunca escuchó ese grito. Continuó manejando el Estado como si en él estuvieran encarnados todos los poderes. Por eso, su voz era la única que debía escucharse. Para eso se valió de un lenguaje altanero con el cual se dio a la tarea de estigmatizar a todo aquel que osara discrepar. Su verbo latigueante jamás convocó a la conciliación: dividió a los ecuatorianos y los clasificó en buenos y malos. Buenos, quienes estaban con él; malos, todos los demás, los antipatria, los traidores, todos vendidos a los más bastardos intereses, que no eran capaces de asimilar que la revolución había llegado.

Una revolución que, por igual, resucitaba a los héroes y removía sus cenizas, que a políticos salidos de las entrañas de esa derecha a la cual ideológicamente se deben. A los primeros los colocó no solo en el altar de la memoria sino en mamotretos construidos al apuro, y a los otros los sentó en el palacio de Gobierno para que, con su experiencia acumulada en días nefandos, aplicaran sus tácticas tan viejamente aprendidas.

Y, mientras tanto, el presidente de la República, con su intemperancia, su irascibilidad, su autosuficiencia, mantenía sojuzgados a legisladores, fiscales, contralores, a quienes exigió total sometimiento. La imagen del presidente del Congreso es quizás el más patético ejemplo de esa sumisión: su tarea se vio reducida a hacer aquello que el presidente de la República le ordenaba y, con triquiñuelas y burdas argucias, permitió que se legislara directamente desde el palacio de Gobierno y se echara altacho de basura la otra gran labor legislativa: la de fiscalización.

En un ambiente de miedo, en que los colaboradores más cercanos del presidente de la República bajaban la cabeza ante sus designios o prorrumpían en lamentos ante sus crueles sarcasmos, era explicable que se abriera una feroz, sistemática, orquestada campaña contra los medios de comunicación independientes, que no cejaban en su misión de contar los hechos, denunciar las trapacerías y alertar sobre el autoritarismo que, a nombre del cambio, se vivía en el país. Un país que contemplaba, absorto, cómo se adjudicaban alegremente los contratos sin licitación, con qué grosero populismo se repartía el dinero del erario a manos llenas y cómo los nuevos revolucionarios ascendidos a altos cargos burocráticos gozaban de las delicias de una revolución que, según se anunciaba en los muchos medios de comunicación de los que el gobierno había echado mano para difundir sus consignas, ahora era de todos.

Hasta que en el momento menos pensado, ese grito de ¡basta!, se convirtió en una ilegal, condenable, absurda sublevación. A la fuerza se opuso la fuerza. A la sinrazón, la sinrazón. El presidente cayó en su propia trampa, víctima de la gruesa y oscura telaraña de prepotencia e intemperancia que, con tanta tozudez, fue construyendo.

Tomado del Diario el Universo